Como dijo S.S. el Papa Francisco en Febrero de este año 2014....
Cuando
vi el texto antes de la misa me quedé pensando en este modo de vivir de
aquellas primeras comunidades cristianas y la misa de hoy… Y pensé si nuestro
trabajo educativo no tendría que ir por este camino de lograr la armonía: la
armonía en todos los chicos y chicas que nos han confiado, la armonía interior,
la de su personalidad. Es trabajando artesanalmente, imitando a Dios,
`alfarereando´ la vida de esos chicos, como podremos lograr la armonía. Y
rescatarlos de las disonancias que son siempre oscuras; en cambio, la armonía
es luminosa, clara, es la luz. La armonía de un corazón que crece y que nosotros
acompañamos en este camino educativo es el que hay que lograr. (…)
CONGREGACION PARA LA EDUCACION CATOLICA
(para los Seminarios e Institutos de Estudio)
(para los Seminarios e Institutos de Estudio)
LA ESCUELA CATOLICA
EN LOS UMBRALES DEL TERCER MILENIO
EN LOS UMBRALES DEL TERCER MILENIO
Introducción
1. En los
umbrales del tercer milenio la educación y la escuela católicas se encuentran
ante desafíos nuevos lanzados por los contextos socio-cultural, y político. Se
trata en especial de la crisis de valores, que sobre todo en las sociedades
ricas y desarrolladas, asume las formas, frecuentemente propaladas por los
medios de comunicación social, de difuso subjetivismo, de relativismo moral y
de nihilismo. El profundo pluralismo que impregna la concienca social, da lugar
a diversos comportamientos, en algunos casos tan antitéticos como para minar
cualquier identidad comunitaria. Los rápidos cambios estructurales, las
profundas innovaciones técnicas y la globalización de la economía repercuten en
la vida del hombre de cualquier parte de la tierra. Contrariamente, pues, a las
perspectivas de desarrollo para todos, se asiste a la acentuación de la
diferencia entre pueblos ricos y pueblos pobres, y a masivas oleadas
migratorias de los países subdesarrollados hacia los desarrollados. Los
fenómenos de la multiculturalidad, y de una sociedad que cada vez es más
plurirracial, pluriétnica y plurirreligiosa, traen consigo enriquecimiento,
pero también nuevos problemas. A esto se añade, en los países de antigua
evangelización, una creciente marginación de la fe cristiana como referencia y
luz para la comprensión verdadera y convencida de la existencia.
2. En el
campo específico de la educación, las funciones se han ampliado, llegando a ser
más complejas y especializadas. Las ciencias de la educación, anteriormente
centradas en el estudio del niño y en la preparación del maestro, han sido
impulsadas a abrirse a las diversas etapas de la vida, a los diferentes
ambientes y situaciones allende la escuela. Nuevas necesidades han dado fuerza
a la exigencia de nuevos contenidos, de nuevas competencias y de nuevas figuras
educativas, además de las tradicionales. Así educar, hacer escuela en el
contexto actual resulta especialmente difícil.
3. Frente
a este panorama, la escuela católica está llamada a una renovación valiente. La
herencia valiosa de una experiencia secular manifiesta, en efecto, la propia
vitalidad sobre todo por la capacidad para adecuarse sabiamente. Es, por tanto,
necesario que también hoy la escuela católica sepa definirse a sí misma de
manera eficaz, convincente y actual. No se trata de simple adaptación, sino de
impulso misionero: es el deber fundamental de la evangelización, del ir allí
donde el hombre está para que acoja el don de la salvación.
4. Por
esto, la Congregación para la Educación Católica, en estos años de preparación
inmediata al gran jubileo del 2000, en la grata concurrencia de cumplirse los
treinta años de la creación de la Oficina para las escuelas(1) y de los veinte
años de la publicación del documento La Escuela Católica, el 19 de
marzo de 1977, con el fin de « concentrar la atención sobre la naturaleza y
características de una escuela que quiere definirse y presentarse como católica »,(2)
se dirige, por la presente carta circular, a cuantos están comprometidos en la
educación escolar, a fin de hacerles llegar una palabra de aliento y de
esperanza. En particular esta carta se propone compartir tanto la satisfacción
por los resultados positivos logrados por la escuela católica, como sus
preocupaciones por las dificultades que encuentra. Además, respaldados por la
enseñanza del Concilio Vaticano II, por las numerosas intervenciones del Santo
Padre, por las Asambleas ordinarias y especiales del Sínodo de los Obispos, por
las Conferencia Episcopales y por la solicitud de los Ordinarios diocesanos, así
como por los Organismos internacionales católicos con fines educativos y
escolares, nos parece oportuno llamar la atención sobre algunas características
fundamentales de la escuela católica que consideramos importantes para la
eficacia de su labor educativa en la Iglesia y en la sociedad: la
escuela católica como lugar de educación integral de la persona humana a través
de un claro proyecto educativo que tiene su fundamento en Cristo;(3) su
identidad eclesial y cultural; su misión de caridad educativa; su servicio
social; su estilo educativo que debe caracterizar a toda su comunidad
educativa.
Exitos y
dificultades
5. Es con
satisfacción que recorremos el camino positivo que la escuela católica ha
trazado en estos últimos decenios. Ante todo, se debe considerar la ayuda que
ella presta a la misión evangelizadora de la Iglesia en todo el mundo, incluso
en aquellas zonas en las que no es posible otra acción pastoral. Además, la
escuela católica, a pesar de las dificultades, ha querido seguir siendo
corresponsable del desarrollo social y cultural de las diferentes comunidades y
pueblos, de los que forma parte, compartiendo los éxitos y las esperanzas, los
sufrimientos, las dificultades y el esfuerzo para un auténtico progreso humano
y comunitario. En tal contexto, es preciso resaltar la valiosa ayuda que ella,
poniéndose al servicio de los pueblos menos favorecidos, presta a su progreso
espiritual y material. Nos sentimos obligados a reconocer el impulso dado por
la escuela católica a la renovación pedagógica y didáctica, y el gran esfuerzo
prodigado por tantos fieles, sobre todo por cuantos, consagrados y laicos,
viven su función docente como vocación y auténtico apostolado.(4) En fin, no
podemos olvidar la contribución de la escuela católica a la pastoral de conjunto,
y a la familiar en particular, subrayando al respecto, la prudente labor de
inserción en las dinámicas educativas entre padres e hijos y, muy
especialmente, el apoyo sencillo y profundo, lleno de sensibilidad y
delicadeza, ofrecido a las familias « débiles » o « rotas », cada vez más
numerosas, sobre todo, en los países desarrollados.
6. La
escuela es, indudablemente, encrucijada sensible de las problemáticas que
agitan este inquieto tramo final del milenio. La escuela católica, de este
modo, se ve obligada a relacionarse con adolescentes y jóvenes que viven las
dificultades de los tiempos actuales. Se encuentra con alumnos que rehuyen el
esfuerzo, incapaces de sacrificio e inconstantes y carentes, comenzando a
menudo por aquellos familiares, de modelos válidos a los que referirse. Hay
casos, cada vez más frecuentes, en los que no sólo son indiferentes o no
practicantes, sino faltos de la más mínima formación religiosa o moral. A esto
se añade en muchos alumnos y en las familias, un sentimiento de apatía por la
formación ética y religiosa, por lo que al fin aquello que interesa y se exige
a la escuela católica es sólo un diploma o a lo más una instrucción de alto
nivel y capacitación profesional. El clima descrito produce un cierto cansancio
pedagógico, que se suma a la creciente dificultad, en el contexto actual, para
hacer compatible ser profesor con ser educador.
7. Entre
las dificultades hay que contar también las situaciones de orden político,
social y cultural que impiden o dificultan la asistencia a la escuela católica.
El drama de la extrema pobreza y del hambre extendido por el mundo, los
conflictos y guerras civiles, el degrado urbano, la difusión de la criminalidad
en las grandes áreas metropolitanas de tanta ciudades, no permiten la total
realización de proyectos formativos y educativos. En algunas partes del mundo
son los propios gobiernos los que obstaculizan, cuando no impiden de hecho, la
acción de la escuela católica, a pesar del progreso de ideas y prácticas
democráticas, y de una mayor sensibilización por los derechos humanos. Otras
dificultades provienen de problemas económicos. Tal situación repercute
especialmente sobre la escuela católica en aquellos países que no tienen
prevista ninguna ayuda gubernativa para las escuelas no estatales. Esto hace
que la carga económica de las familias que no eligen la escuela estatal, sea
casi insostenible, y compromete seriamente la misma supervivencia de las
escuelas. Además, las dificultades económicas, a más de incidir sobre la
contratación y sobre la continuidad de la presencia de los educadores, pueden
hacer que los que no tienen medios económicos suficientes, no puedan frecuentar
la escuela católica, provocando, de este modo, una selección de alumnos, que
hace perder a la escuela católica una de sus características fundamentales, la
de ser una escuela para todos.
Mirando
al futuro
8. La
mirada dirigida a los éxitos y a las dificultades de la escuela católica, sin
pretender tratar cabalmente su amplitud y profundidad, nos mueve a reflexionar
sobre la ayuda que ella puede prestar a la formación de las nuevas generaciones
en los umbrales del tercer milenio, consciente de que, como escribe Juan Pablo
II, « el futuro del mundo y de la Iglesia pertenece a las nuevas generaciones
que, nacidas en este siglo, alcanzarán la madurez en el próximo, el primero del
nuevo milenio ».(5) La escuela católica, por tanto, debe estar en condiciones
de proporcionar a los jóvenes los medios aptos para encontrar puesto en una
sociedad fuertemente caracterizada por conocimientos técnicos y científicos,
pero al mismo tiempo, diremos ante todo, debe poder darles una sólida formación
orientada cristianamente. Por esto, estamos convencidos de que para hacer de la
escuela católica un instrumento educativo en el mundo de hoy, sea preciso
reforzar algunas de sus características fundamentales.
La persona y su educación
9. La escuela católica se configura como escuela
para la persona y de las personas. « La persona de cada uno, en sus necesidades
materiales y espirituales, es el centro del magisterio de Jesús: por esto el
fin de la escuela católica es la promoción de la persona humana ».(6) Tal
afirmación, poniendo en evidencia la relación del hombre con Cristo, recuerda
que en su persona se encuentra la plenitud de la verdad sobre el hombre. Por
esto, la escuela católica, empeñándose en promover al hombre integral, lo hace,
obedeciendo a la solicitud de la Iglesia, consciente de que todos los valores
humanos encuentran su plena realización y, también su unidad, en Cristo.(7)
Este conocimiento manifiesta que la persona ocupa el centro en el proyecto
educativo de la escuela católica, refuerza su compromiso educativo y la hace
idónea para formar personalidades fuertes.
10. El
contexto socio-cultural actual corre el peligro de ocultar « el valor educativo
de la escuela católica, en el cual radica fundamentalmente su razón de ser y en
virtud del cual ella constituye un auténtico apostolado ».(8) En efecto, si es
cierto que en los últimos años se ha prestado mayor atención y ha crecido la
sensibilidad por parte de la opinión pública, de los organismos internacionales
y de los gobiernos hacia los problemas de la escuela y de la educación, también
hay que señalar una extendida reducción de la educación a los aspectos
meramente técnicos y funcionales. Las mismas ciencias pedagógicas y educativas
aparecen más centradas en los espectos del reconocimiento fenomenológico y de
la práctica educativa, que no en aquéllos del valor propiamente educativo,
centrado sobre los valores y perspectivas de profundo significado. La
fragmentación de la educación, la ambigüedad de los valores, a los que frecuentemente
se alude obteniendo amplio y fácil consenso, a precio, sin embargo, de un
peligroso ofuscamiento de los contenidos, tienden a encerrar la escuela en un
presunto neutralismo, que debilita el potencial educativo y que repercute
negativamente sobre la formación de los alumnos. Se quiere olvidar que la
educación presupone y comporta siempre una determinada concepción del hombre y
de la vida. La pretendida neutralidad de la escuela, conlleva, las más de las
veces, la práctica desaparición, del campo de la cultura y de la educación, de
la referencia religiosa. Un correcto planteamiento pedagógico está llamado, por
el contrario, a situarse en el campo más decisivo de los fines, a ocuparse no
sólo del « cómo », sino también del « porqué », a superar el equívoco de una
educación aséptica, a devolver al proceso educativo aquella unidad que impide
la dispersión por las varias ramas del saber y del aprendizaje, y que mantiene
en el centro a la persona en su compleja identidad, trascendental e histórica. La
escuela católica, con su proyecto educativo inspirado en el Evangelio, está
llamada a recoger este desafío y a darle respuesta con la convicción de que «
el misterio del hombre sólo se esclarece en el misterio del Verbo encarnado
»(9).
La
escuela católica en el corazón de la Iglesia
11. La
complejidad del mundo contemporáneo nos convence de cuán necesario sea dar peso
a la conciencia de la identidad eclesial de la escuela católica. De la
identidad católica, en efecto, nacen los rasgos peculiares de la escuela
católica, que se « estructura » como sujeto eclesial, lugar de auténtica y
específica acción pastoral. Ella comparte la misión evangelizadora de la
Iglesia, y es lugar privilegiado en el que se realiza la educación cristiana.
En este sentido, « las escuelas católicas son al mismo tiempo lugares de
evangelización, de educación integral, de inculturación y de aprendizaje de un
diálogo vital entre jóvenes de religiones y de ambientes sociales diferentes
».(10) La eclesialidad de la escuela católica está, pues, escrita en el corazón
mismo de su identidad de institución escolar. Ella es verdadero y propio sujeto
eclesial en razón de su acción escolar, « en la que se funden armónicamente fe,
cultura y vida ».(11) Es preciso, por tanto, reafirmar con fuerza que la
dimensión eclesial no constituye una característica yuxtapuesta, sino que es
cualidad propia y específica, carácter distintivo que impregna y anima cada
momento de su acción educativa, parte fundamental de su misma identidad y punto
central de su misión.(12) La promoción de tal dimensión es el objetivo de cada
uno de los elementos que integran la comunidad educativa.
12. En
virtud, pues, de su identidad la escuela católica es lugar de experiencia
eclesial, de la que la comunidad cristiana es la matriz. En este contexto se
recuerda que ella realiza la propia vocación de ser experiencia verdadera de
Iglesia sólo si se sitúa dentro de una pastoral orgánica de la comunidad
cristiana. De modo muy particular la escuela católica permite encontrar a los
jóvenes en un ambiente favorable a la formación cristiana. No obstante, es
preciso señalar que, en ciertos casos, la escuela católica no es sentida como
parte integrante de la realidad pastoral: a veces, se la considera extraña, o
casi, a la comunidad. Es urgente, por tanto, promover una nueva sensibilidad en
las comunidades parroquiales y diocesanas para que se sientan llamadas en
primera persona, a responsabilizarse de la educación y de la escuela.
13. En la
historia eclesial se tiene a la escuela católica sobre todo como manifestación
de Institutos religiosos, los cuales, por carisma religioso o por expresa
dedicación, se han entregado a ella generosamente. En los momentos actuales
tampoco escasean las dificultades debidas, unas, a la preocupante disminución
numérica, y otras, a la subrepticia difusión de graves incompresiones, que
pueden inducir al abandono de la misión educativa. Por esto, viene separado,
por una parte, el empeño escolar de la acción pastoral, mientras que por otra,
la actividad concreta encuentra dificultad en compaginarse con las exigencias
específicas de la vida religiosa. Las intuiciones fecundas de los santos
Fundadores demuestran mejor y más radicalmente que cualquier otro razonamiento,
la falta de fundamento y lo precario de tales afirmaciones. Nos parece, pues,
oportuno recordar que la presencia de los consagrados en la comunidad educativa
es indispensable porque ellos « están en condiciones de llevar acabo una acción
educativa particularmente eficaz »,(13) y son ejemplo de cómo « darse » sin
reservas y gratuitamente al servicio de los otros en el espíritu de la
consagración religiosa. La presencia contemporánea de religiosas y religiosos,
y también de sacerdotes y de laicos, ofrece a los alumnos « una imagen viva de
la Iglesia y hace más fácil el conocimiento de sus riquezas ».(14)
Identidad
cultural de la escuela católica
14. De la
naturaleza de la escuela católica deriva también uno de los elementos más
expresivos de la originalidad de su proyecto educativo: la síntesis entre
cultura y fe. En efecto, el saber, considerado en la perspectiva de la fe,
llega a ser sabiduría y visión de vida. El esfuerzo para conjugar razón y fe,
llegado a ser el alma de cada una de las disciplinas, las unifica, articula y
coordina, haciendo emerger en el interior mismo del saber escolar, la visión
cristiana del mundo y de la vida, de la cultura y de la historia. En el
proyecto educativo de la escuela católica no existe, por tanto, separación
entre momentos de aprendizaje y momentos de educación, entre momentos del
concepto y momentos de la sabiduría. Cada disciplina no presenta sólo un saber
que adquirir, sino también valores que asimilar y verdades que descubrir.(15)
Todo esto, exige un ambiente caracterizado por la búsqueda de la verdad, en el
que los educadores, competentes, covencidos y coherentes, maestros de saber y
de vida, sean imágenes, imperfectas desde luego, pero no desbaídas del único
Maestro. En esta perspectiva, en el proyecto educativo cristiano todas las
disciplinas contribuyen, con su saber específico y propio, a la formación de
personalidades maduras.
« El
cuidado de la instrucción es amor » (Sab 6,17)
15. En la
dimensión eclesial se fundamenta también la característica de la escuela
católica como escuela para todos, con especial atención hacia los más débiles.
La historia ha visto surgir la mayor parte de las instituciones educativas
escolares católicas como respuesta a las necesidades de los sectores menos
favorecidos desde el punto de vista social y económico. No es una novedad
afirmar que las escuelas católicas nacieron de una profunda caridad educativa
hacia los niños y jóvenes abandonados a sí mismos y privados de cualquier forma
de educación. En muchas partes del mundo, todavía hoy, es la probreza material
la que impide que muchos niños y jóvenes sean instruidos y que reciban una
adecuada formación humana y cristiana. En otras, son nuevas pobrezas las que
interpelan a la escuela católica, la que, como en tiempos pasados, puede
encontrarse con incomprensiones, recelos y carente de medios. Las pobres
muchachas que en el siglo XV eran instruidas por las Ursulinas, los muchachos
que Calasanz veía correr y alborotar por las calles romanas, o que La Salle
encontraba en los pueblos de Francia, o que Don Bosco acogía, los podemos
encontrar hoy en aquellos que han perdido el sentido auténtico de la vida y
carecen de todo impulso por un ideal, a los que no se les proponen valores y
desconocen totalmente la belleza de la fe, que tienen a sus espaldas familias
rotas e incapaces de amor, viven a menudo situaciones de penuria material y
espiritual, son esclavos de los nuevos ídolos de una sociedad, que, no
raramente, les presenta un futuro de desocupación y marginación. A estos nuevos
pobres dirige con espíritu de amor su atención la escuela católica. En tal
sentido, ella, nacida del deseo de ofrecer a todos, en especial a los más
pobres y marginados, la posibilidad de instruirse, de capacitarse
profesionalmente y de formarse humana y cristianamente, puede y debe encontrar,
en el contexto de las viejas y nuevas pobrezas, aquella original síntesis de
pasión y de amor educativos, expresión del amor de Cristo por los pobres, los
pequeños, por las multitudes en busca de la verdad.
La
escuela católica al servicio de la sociedad
16. La
escuela católica no debe ser considerada separadamente de las otras
instituciones educativas y gestionada como cuerpo aparte, sino que debe
relacionarse con el mundo de la política, de la economía, de la cultura y con
la sociedad en su complejidad. Concierne, por tanto, a la escuela católica
afrontar con decisión la nueva situación cultural, presentarse como instancia
crítica de proyectos educativos parciales, modelo y estímulo para otras
instituciones educativas, hacerse avanzadilla de la preocupación educativa de
la comunidad eclesial. De este modo se pone de manifiesto claramente el rol
público de la escuela católica, que no nace como iniciativa privada, sino como
expresión de la realidad eclesial, por su naturaleza revestida de carácter
público. Ella desarrolla un servicio de utilidad pública y, aunque siendo clara
y manifiestamente configurada según la perspectiva de la fe católica, no está
reservada a solo los católicos, sino abierta a todos los que demuestren
apreciar y compartir una propuesta educativa cualificada. Esta dimensión de
apertura, es especialmente evidente en los países de mayoría no cristiana y en
vía de desarrollo, en los que desde siempre las escuelas católicas son, sin
discriminación alguna, promotoras de progreso social y de promoción de la
persona.(16) Las instituciones escolares católicas, además, al igual que las
escuelas estatales, desarrollan una función pública, garantizando con su
presencia el pluralismo cultural y educativo, y sobre todo la libertad y el
derecho de la familia a ver realizada la orientación educativa que desean dar a
la formación de los propios hijos.(17)
17. En
esta perspectiva, la escuela católica establece un diálogo sereno y
constructivo con los Estados y con la comunidad civil. El diálogo y la
colaboración deben basarse en el mutuo respeto, en el reconocimiento recíproco
del propio rol y en el servicio común al hombre. Para llevar a cabo esto, la
escuela católica se integra de buen grado en los planes escolares y cumple la
legislación de cada país, siempre que éstos sean respetuosos de los derechos
fundamentales de la persona, comenzando del respeto a la vida y a la libertad
religiosa. La relación correcta entre Estado y escuela, no sólo católica, se
establece a partir no tanto de las relaciones institucionales, cuanto del
derecho de la persona a recibir una educación adecuada, según una libre opción.
Derecho al que se responde según el principio de la subsidiaridad.(18) En
efecto, « el poder público, a quien corresponde amparar y defender las
libertades de los ciudadanos, atendiendo a la justicia distributiva, debe
procurar distribuir los subsidios públicos de modo que los padres puedan
escoger con libertad absoluta, según su propia conciencia, las escuelas para
sus hijos ».(19) En el marco no sólo de la proclamación formal, sino del efectivo
ejercicio de este derecho fundamental del hombre se pone, en algunos países, el
problema crucial del reconocimiento jurídico y financiero de la escuela no
estatal. Hacemos nuestro el deseo recientemente expresado una vez más por Juan
Pablo II, de que en todos los países democráticos « se ponga en práctica una
verdadera igualdad para las escuelas no estatales, que al mismo tiempo respete
su proyecto educativo ».(20)
Estilo
educativo de la comunidad educadora
18.
Terminando ya esta carta, quisiéramos pararnos brevemente en el estilo y en el
rol de la comunidad educativa constituida por el encuentro y la colaboración de
los diversos estamentos: alumnos, padres, docentes, entidad promotora y
personal no docente.(21) A este propósito se llama justamente la atención sobre
la importancia del clima y del estilo de las relaciones. A lo largo de la etapa
evolutiva del alumno son necesarias relaciones personales con educadores
significativos, y las mismas enseñanzas tienen mayor incidencia en la formación
del estudiante si van impartidas en un contexto de compromiso personal, de
reciprocidad auténtica, de coherencia en las actitudes, estilos y
comportamientos diarios. En esta perspectiva se promueve, en la también
necesaria salvaguardia de los respectivos roles, la figura de la escuela como
comunidad, que es uno de los enriquecimientos de la institución escolar de
nuestro tiempo.(22) Además, es preciso recordar, en sintonía con el Concilio
Vaticano II,(23) que la dimensión comunitaria de la escuela católica no es una
mera categoría sociológica, sino que tiene también un fundamento teológico. La
comunidad educativa, considerada en su conjunto, está, por lo tanto, llamada a
promover un tipo de escuela que sea lugar de formación integral mediante la
relación interpersonal.
19. En la
escuela católica « los educadores cristianos, como personas y como comunidad,
son los primeros responsables en crear el peculiar estilo cristiano ».(24) La
docencia es una actividad de extraordinario peso moral, una de las más altas y
creativas del hombre: el docente, en efecto, no escribe sobre materia inerte,
sino sobre el alma misma de los hombres. Adquiere, por esto, un valor de
extrema importancia la relación personal entre educador y alumno, que no se
limite a un simple dar y recibir. Además, se ha de ser cada vez más consciente
de que los docentes y educadores viven una específica vocación cristiana y una
otro tanto específica participación en la misión de la Iglesia y « que de ellos
depende, sobre todo, el que las escuelas católicas puedan realizan sus
propósitos e iniciativas ».(25)
20. En la
comunidad educativa, los padres, primeros y naturales responsables de la
educación de los hijos, tienen un rol de especial importancia. Por desgracia,
hoy se va extendiendo la tendencia a delegar este deber primero. De ahí que se
haga necesario no sólo dar impulso a las iniciativas que inciten al compromiso,
sino que ofrezcan una ayuda concreta y adecuada, y comprometan a las familias
en el proyecto educativo(26) de la escuela católica. Objetivo constante de la
formación escolar es, por tanto, el encuentro y el diálogo con los padres y las
familias, que se ven favorecidos también a través de la promoción de las
asociaciones de padres, para establecer, con su insubstituible aporte, aquella
personalización educativa que hace eficaz el proceso educativo.
Conclusión
21. El
Santo Padre, con una sugestiva expresión, indicó cómo el hombre sea el camino
de Cristo y de la Iglesia.(27) Tal camino no puede ser extraño a los pasos de
los evangelizadores, que al recorrerlo sienten la urgencia del desafío
educativo. El compromiso en la escuela resulta ser, de este modo, tarea
insubstituible; más aún, el empleo de personas y de medios en la escuela
católica llega a ser opción profética. También en los umbrales del tercer
milenio sentimos fuertemente lo que la Iglesia, en aquel « Pentecostés » que
fue el Concilio Vaticano II, afirmó de la escuela católica, que « siendo tan
útil para cumplir la misión del pueblo de Dios y para promover el diálogo entre
la Iglesia y la sociedad humana en beneficio de ambas, conserva su importancia
trascendental también en los momentos actuales ».(28)
Prot. N.
29096
Roma, 28
de diciembre de 1997, fiesta de la Sagrada Familia
Pio Card. Laghi
Prefecto
Prefecto
Jose Saraiva Martins
Arzobispo tit. de Tubúrnica
Secretario
Arzobispo tit. de Tubúrnica
Secretario
(1) La
Sagrada Congregación para la Educación Católica, nuevo nombre de la Sagrada
Congregación de los Seminarios y de las Universidades, por la Constitución
Apostólica Regimini ecclesiæ universæ, publicada el 15 de agosto de
1967, que entró en vigor el 1 de marzo de 1968 (AAS, LIX [1967] pp. 885-928),
era estructurada en tres oficinas. Con tal reordenamiento fue creada la Oficina
para las escuelas católicas, con el fin de « desarrollar posteriormente » los
principios fundamentales de la educación, sobre todo en las escuelas (cfr.
Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, Introducción).
(2) S.
Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 2.
(3) Cfr.
S. Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n.
34.
(4) Cfr.
Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, n. 8.
(5) Juan
Pablo II, Carta Apost. Tertio millennio adveniente, n. 58.
(6) Cfr.
Juan Pablo II, Discurso al I Convenio Nacional de la Escuela Católica
en Italia, « L'Osservatore Romano », 24XI1991, p. 4.
(7) Cfr.
S. Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n.
35.
(8) S.
Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n. 3.
(9) Conc.
Ecum. Vat. II, Const. pastoral sobre la Iglesia en el mundo contemporáneo Gaudium
et spes, n. 22.
(10) Juan
Pablo II, Exh. Apost. Ecclesia in Africa, n. 102.
(11)
Congregación para la Educación Católica, Dimensión religiosa de la
educación en la escuela católica, n. 34.
(12) Cfr.
Congregación para la Educación Católica, Dimensión religiosa de la
educación en la escuela católica, n. 33.
(13) Juan
Pablo II, Exh. Apost. Vita consecrata, n. 96.
(14) Juan
Pablo II, Exh. Apost. Christifideles laici, n. 62.
(15) Cfr.
S. Congregación para la Educación Católica, La escuela católica, n.
39.
(16) Cfr.
Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, n. 9.
(17) Cfr.
Santa Sede, Carta de los derechos de la familia, art. 5.
(18) Cfr.
Juan Pablo II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 40; cfr.
Congregación para la Doctrina de la Fe, Inst. Libertatis conscientia,
n. 94.
(19)
Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimun
educationis, n. 6.
(20) Juan
Pablo II, Carta al Prepósito General de los Escolapios, «
L'Osservatore Romano », 28VI1997, p. 5.
(21) S.
Congregación para la Educación Católica, El laico católico testigo de
la fe en la escuela, n. 22.
(22) Cfr. Ibid.
(23) Cfr.
Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, n. 8.
(24)
Congregación para la Educación Católica, Dimensión religiosa de la
educación en la escuela católica, n. 26.
(25)
Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la educación cristiana Gravissimum
educationis, n. 8.
(26) Cfr.
Juan Pablo II, Exh. Apost. Familiaris consortio, n. 40.
(27) Cfr.
Juan Pablo II, Carta Enc. Redemptor hominis, n. 14.
(28) Conc. Ecum. Vat. II, Decl. sobre la
educación cristiana Gravissimum educationis, n. 8.
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